El extranyo ritual del desayuno, la mirada perdida en la ventana, los ecos del telediario en la habitación, la noche y el letargo del frigorífico, la lluvia gris que empapa el hormigón y las aceras, la marca de la almohada en la cara y la marca de otro fin de semana insulso en el alma...
Esa resaca sin borrachera, esa pesadilla sin despertar, ese suicidio progresivo y cotidiano de hacer caso, vivir supeditado, rendir cuentas, al despertador.
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