Entonces la muerte sacó su última cara: una cara de juguete inocente.
Esperó y esperó tranquila en la buhardilla,
tan quieta, tan trivial, tan seductora
que el niño le dio cuerda con una sola mano.
Entonces la muerte se animó despacito,
más traidora que nunca, y le corto las venas
y le pinchó los ojos y le quitó el aliento;
y era lo único que podía esperarse
porque con la muerte no se juega.
Mario Benedetti.
Saas Grund (Suiza). Julio de 2007.